que si el mundo caía, debía cubrirte.
Ahora se que seguirás de pie entre las ruinas,
serás una estatua orgullosa.
Una estatua que podría admirar por suaves y largas horas.
Me juré a mi mismo que nunca te haría llorar.
Ahora se que nunca debo jurar;
y no puedo jurarme a mi mismo que volveré
y no puedo jurarme a mi mismo que volveré
a secar las lágrimas que saqué de tus ojos,
a hacerte sonreír y conservar tu risa en mis memorias,
a pasear furtivamente bajo la lluvia
o caminar kilómetros mientras te cuento historias.
Ahora entiendo que un juramento no es un deseo.
Pero puedo contarte mi deseo máximo:
Reencontrarnos,
como dos entes extraños que reencarnan
y bajo el opaco adormecimiento de un amor,
hacer lo que debí hacer, lo que deseé hacer:
besarte larga y tiernamente,
y sellar el destino de todas nuestras vidas.