Tocó la puerta de la casa que conocía bien. No usó su llave.
Abrió Teresa,... Tracy, pero ahora no se atrevía a decirle así.
Se miraron sin hablar.
Teresa esquivó su mirada y vió el auto estacionado.
Él no dejó de mirarla.
-Hola- dijo Teresa -¿cómo estás?- con tono apagado y nervioso.
Ella entró. Él pasó a la casa, siguiéndola.
Llegaron a la cocina. Sobre la mesa había un viejo y limpio horno de microondas.
Ambos se posaron frente a él, lo miraron durante medio minuto.
-Ahí está- dijo Teresa.
-¿Todavía sirve?- preguntó él.
-Si. Lo probé en la mañana... Lo limpié, estaba lleno de polvo del closet-
Habían comprado ese horno por mucho dinero hace ventitrés años, dos días después de la boda.
-¿Te ofrezco algo de tomar?- preguntó ella.
Él negó con la cabeza, con un dejo de vergüenza.
-Gracias. Mejor me lo llevo y me voy-
-Está pesadito-
-No importa, traigo el coche-
-¿Seguro?, ¿No quieres una bolsa ó algo?-
Tomó el microondas con ambas manos. Era pesado, pero no demasiado.
Caminó hacia la puerta cargándolo. Ella lo siguió.
Se despidió, no soltó el horno:
-Ya me voy-
-Cuídate. Ojalá te sirva.-
La miró.
-Te amo-
Ella no contestó. Le dió el adiós con su mano y cerró la puerta.
Puso el viejo horno en el asiento trasero.
Se fue y nunca volvió.
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