25 enero 2010

Unos Días en el Paraíso

Campos verdes, el Sol amarillo de la media tarde tiñe las hojas de los árboles de amarillo claro, casi blanco.
El perfecto paisaje, para el hábil pintor. El que no es solo una imagen, sino que expresa sensaciones, sentimientos, tanta belleza que da nostalgia, el que te hace escuchar el sonido del cuadro, el vacío del aire, pájaros cantando, el viento barriendo hojas secas y tus pisadas en ellas y en las piedras, a lo lejos, el eco de algunos autos moviéndose rápidamente a través del aire y la tracción de las llantas.
Cielo azul, sin nubes, miras hacia arriba, notas el cambio en el tono de azul marino a claro, piensas en tu vida, en el gris de la ciudad, que permea hasta en el color de las ramas de los árboles, ni siquiera parece que el cielo que ves pertenece al mismo planeta, te sientes en otro mundo.
No, no en otro mundo, estás pasando unos días en el paraíso.

Recuerdas tu infancia, a veces alegre, a veces dura, y a todas las personas con las que saliste, recuerdas tu primer beso.
No solo lo recuerdas, lo sientes, las mismas cosquillas en tu estómago.
Recuerdas aquella persona que nunca te quiso, pero que tu quisiste mucho. Te ríes, pero no de burla, sino de sincera felicidad.
Te detienes un momento, cierras los ojos, sientes la brisa pasar por tu rostro y tu cuerpo, recuerdas una canción que te gusta, recuerdas cosas que no significaban nada hace tiempo, como la primera vez que fuiste al cine, tu primer ensayo con tu grupo de teatro, la primera vez que te llamaron de la dirección por hacer dibujos en clase, la primera vez que pintaste algo.
Recuerdas cosas que si importaban y siguen importando, tus amigos, tus ex-parejas, tus padres y sus problemas, te das cuenta cómo eres quién eres, con tus fallas, con tus cualidades.
Piensas en quien quieres ahora, esa misma persona que no te quiere a ti, piensas como acercarte, te sientes torpe, igual que en tu adolescencia. Te parece que solo quieres volver al mundo por esa persona.
Recuerdas cosas que importaban, pero ahora no, a los que se burlaron de ti, de quienes te burlabas, con quien te has peleado, y que bien valdría la pena perdonar a todos, pero sabes que es difícil.

Recuerdas como jugabas con tus amigos en los jardines, en las plazas, en los centros comerciales, en los autos, en las casas, en los patios de las escuelas, en las canchas, en las calles.
Recuerdas las bromas con tu hermano, con tu padre y con tu madre, los buenos momentos, decides por un momento que sería bueno perdonar todo lo malo.

Tu paraíso es tan pequeño, que te da alegría ver a ese amiga tuya en la calle, salir de tu mente y saludarla.
No hay prisa, nadie la tiene, deciden caminar juntos un rato, te gusta saber de ella, te gusta que te pregunten por ti. La hora de despedirse no es melancólica, ni dolorosa.
Cuando te bañas, incluso el agua es más fresca, y en la cocina tu comida sabe mejor.

Cuando intentas dormir no lo notas, pero estás sonriendo.
No quieres regresar al mundo, pero el paraíso no es para siempre.

Piensas en tu persona especial, quieres volver a verla.
Piensas por un momento en construir un paraíso nuevo.

Lo escribes, lo pintas, lo dibujas, simplemente como un recordatorio, para no olvidarlo en el mundo gris que te espera.
Todo lo que necesitas es una motivación, verdadera o falsa, no importa.

(Falsa es, casi siempre, en el final.)

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