Compañera, caminemos,
mientras el mismo Sol nos quema con los años,
mientras recorremos los senderos que nos llevan a encontrarnos.
Sabes que camino solo,
nunca lo preguntas.
No se como caminas,
nunca preguntaré.
Miro tu piel.
Tu nariz.
Tu frente.
Tus mejillas.
Guardo tu imagen como una fotografía, hasta el día en que te vuelva a ver.
El Sol nos hace cada vez más viejos.
Tu cabello es cada vez más largo,
más cano.
Yo lo voy perdiendo.
Miro tus ojos.
Escucho tu voz.
Siento tu risa.
Eso no cambia. Nunca cambia.
Como el toque de tus manos y el calor de tu boca,
bajo las estrellas fugaces, en alguna de tus casas, o en alguna de las mías,
entre el maíz, en el hotel lujoso, o en el pequeño hostal,
en la ciudad colonial, en Berlín, o en aquel concierto.
Compañera,
acabo de caer en cuenta,
aunque estemos lejos,
ya envejecemos juntos.
Compañera.
Me gusta tu levedad.
Te gusta mi rigidez.
Compañera.
Caminemos por separado,
encontrémonos en el camino,
recobremos energías.
Así es mejor.
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