Camino a conocerte,
entre el frío ruido
y el concreto implacable.
Soy parte ínfima
de un caudal monstruoso;
el caudal
me parece imponente,
y aunque intento ser férreo,
siempre siento temor.
Eres una voz en la bocina.
Una imagen muerta en la pantalla.
Hay cientos de imágenes muertas entre el concreto.
Llego.
Abres.
Te miro.
Por primera vez.
Y mis adentros despiertan.
Eres una voz.
Una persona.
Vives.
Tu casa es de silencio cálido
y el concreto que la rodea dejó de ser frío,
un dibujo con lápiz que alguien convirtió en pintura.
Hay una tensa armonía
que no debemos dislocar,
salvo con miradas,
a veces curiosas,
que intentan regresar a su lugar con la velocidad de la luz,
pero una pequeña parte queda en uno y otro.
Decimos adiós.
Me voy, pero sigo ahí.
Un hilo se extiende entre nosotros.
Es más fácil caminar.
Mi cuerpo sabe algo que yo no.
El tuyo, también.
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