El día que tuve aquel sueño en el que ella apareció me reuní con un viejo amigo.
No habíamos podido vernos. Era un amigo del norte que se mudó un tiempo para trabajar, regresaba a su ciudad en un par de días. Yo había trabajado todo el año y casi no había podido ver a nadie, ni siquiera a mi ex-mujer, cuando todavía era mi mujer.
Nos vimos a las once de la noche en un café que cerraba a las doce, sus amigos le habían organizado una cenita de despedida que acabó temprano. Por mi parte, había estado solo toda la semana. Desde que se fue solo iba al trabajo, comía sopas instantáneas y comida rápida de los mini-mercados, volvía a casa y me dormía, me bañaba con agua fría en las mañanas, cuando se acabó el tanque de gas no quise pedir otro, me apenaba que alguien entrara a mi casa y me viera solo, entre trastes sucios y con los muebles empolvados. Ni siquiera dejaba que mis hijos me visitaran.
No le conté nada de eso a mi amigo, solo le dije que Vanessa me había dejado, también le dije que me iba bien en el trabajo y una mentira, que me sentía mejor solo.
En realidad no dejaba de pensar en su rechazo, me levanté al baño un momento, al salir, me miré en el espejo fijamente, me di cuenta de que no soy feo, pero por alguna razón me sentía el hombre más feo y sucio del mundo y me daba pena que las mujeres del café me vieran pasar para llegar a mi mesa.
Mi amigo me hizo reir mucho, como cuando nos veíamos casi diario en el trabajo que tenía en el norte, siempre es muy grato verlo.
Me contó de la reciente muerte de su abuelo, él estuvo a su lado y escucho sus últimas palabras “Los buenos tiempos nunca vuelven, … nunca volvieron.”
He pensado en eso todo el tiempo.
Le conté el sueño que tuve, en donde salía Vanessa:
Estaba encerrado en un moderno centro comercial gigante, oscuro y solitario. De plástico, aritificial. Yo estaba solo, pero sabía que había mas gente ahí, el lugar era tan grande que nunca nos habíamos visto entre nosotros, y estábamos lejanos, como si una fuerza invisible, una especie de dios controlador nos hubiera puesto ahí al azar, solos. Podía escuchar los ecos de los demás.
Deambulaba y encontraba una tienda, que solo abría una hora, de la medianoche a la una de la mañana, atendida por un especie de brujo y desde donde se podía ver, por una ventana detrás de el y su mostrador, afuera, un estacionamiento, con árboles, en donde en realidad no era de noche, sino un día muy claro y con un cielo muy azul y despejado. Incluso podía imaginar la brisa y el calor del Sol.
Tuve que salir corriendo de ahí, porque me hipnoticé con la belleza que vi desde la ventana, no sabía si era una imagen falsa o verdadera, no me importaba. Si uno se quedaba encerrado en esa tienda, nunca podría volver a salir, ¿eran las barreras de la locura?
En cuanto salía me encontraba con Vanessa, la primera y la única persona que había visto ahí, el brujo no era humano, era más bien demoniaco.
Vanessa, tan hermosa como siempre la había visto, con su cabello largo y amarillo y su boca tan suave y pequeña, tan rosada y tan suya, sus ojos azul verdosos e incluso sus cachetes chapeados. Mi inconsciente la recordaba bien y seguía enamorado de ella.
Me miraba con sus ojos que pedían compasión, nunca me pude resistir a esos ojos, ni siquiera en mis sueños.
Me decía que la ayudara a salir de ahí, por favor, estaba asustada.
No le contesté nada, pero dejé que me siguiera, caminé para encontrar una salida, primero para ella, luego para mí y la protegía de cualquier peligro, vimos a otra persona que la intentó atacar, yo la defendía, pero nunca le dirigía la palabra.
A mi amigo le pareció interesante mi sueño y me sugirió que lo escribiera.
Nos subimos a su auto y me llevó a mi casa. En cuanto salí me volví a sentir solo. Nos despedimos, me dio alegría verlo.
Hablé con mi amiga Jane por teléfono. Ella siempre escucha, es buena, quiero mucho a Jane.
Me aconsejó que me tranquilizara y que me durmiera, ella estuvo conmigo el día que Vanessa me dejó.
No quise confesárselo, pero, horas antes había sacado el vodka y me había bebido la mitad de la botella.
Esa noche soñé con Jane. Estábamos de vuelta en la universidad y ella se salía de clase, parecía enojada.
Yo la seguí hasta el anfiteatro de nuestra escuela, donde poníamos obras de teatro y la encontraba llorando, con la parte superior de su cabeza, rapada, y las partes inferiores, sobre las orejas, con cabellos largos.
Ella tenía miedo, de que al salir, el mundo fuera difícil. Yo le decía que no llorara, que iba a ser más fácil de lo que pensaba, yo mismo sabía que estaba mintiendo, siempre he pensado que el mundo se va a la mierda.
La abracé un momento, quería que dejara de llorar. Le besé la cabeza rapada, creyendo mi mentira, le dije que todo iba a estar bien, que el mundo no era tan difícil de sobrellevar. En ese momento, le creció el cabello en segundos.
Cuando desperté ya era de día.
Lavé los platos, limpié mi casa, no fui a trabajar.
Estoy pensando si enviarle o no esa carta a Vanessa en donde le digo que sea feliz, que todo está bien. Donde le digo que quiero que los nuevos tiempos sigan siendo buenos.
(—- Gracias Luis)
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